Entre explosiones constantes de masa
coronal y de plantas nucleares,
entre el paso apurado que esta y tantas
otras ciudades obligan,
entre vacios sentimentales que deja el paso
del tiempo,
entre tantos libros, tantas imágenes que
recorrer.
La fe cobra fuerza, mueve montañas,
hace invisible el miedo, pero no imposible,
conmemora la niñez con sus olvidadas
armonías;
la fe de no sentir nada, de saberse efímero,
la que no se lee en ningún panfleto ni se
aprende en el cine,
la fe de ir y volver en inmutable soledad.